En un martes cualquiera un adolescente rompe todos los acuerdos pactados, redactados y firmados por él y por sus padres. También en un martes cualquiera, una madre pierde la cabeza y le grita que es insufrible y una pesadilla inmerecida. Lágrimas, puñetazos en la pared, platos rotos y reclamos.
Nadie le avisa a los padres del gran infierno que a veces es tener hijos adolescentes. Así como nadie le advierte a las parejas que la vida compartida es durísima, carente de glamour y posible solo gracias a la nobleza y a la constancia.
Nadie nos dice que nuestros propios demonios saldrán de su agujero para acabar con cualquier rastro de tranquilidad. Se cumple por fin la amenaza de nuestros padres, cuando dijeron que algún día entenderíamos la grandeza y la angustia de tener hijos.
Los lugares comunes se quedan cortos. Cada hijo es una historia completa y única. Llegan al mundo con una dosis específica de neurotransmisores y con un temperamento definido desde el nacimiento, que constituye el 50% de la dirección que tomará su vida. El ambiente es el 10%. Lo que ellos decidan hacer, el 40 restante. Lo dice Dan Gilbert y colaboradores en sus estudios sobre la felicidad.
Así que la influencia que tendremos sobre ellos, es parcial. Lo que no quiere decir que renunciemos a ser sus padres y a convertirnos en los objetos malos preferidos. No renunciar a ser guía es durísimo; siempre está presente el miedo a equivocarse, a comunicar devaluación en vez de interés y confianza en sus capacidades, a hacer mal y no bien.
Jamás contestan el celular. Cambian los planes en el último minuto. Reprueban 5 materias y dicen que no van tan mal. Caminan por las calles de la ciudad y toman taxis a la 1 de la mañana como si vivieran en Islandia. Experimentan el ejercicio de su libertad con muy poca reflexión. Casi siempre parece que de nada sirven las recomendaciones, las amenazas y los castigos. Una y mil veces los mismos interrogatorios y los mismos monosílabos por respuesta.
Nadie nos dijo que sería así de difícil. El camino más natural es la desesperación y el enojo descontrolado. De pura impotencia y miedo a que hagan algo realmente estúpido. La alternativa de ser sensatos y maestros del diálogo democrático, tampoco parece tener muchos resultados.
Tal vez solo quede ser sensato pero implacable. Amable pero inflexible. No se negocian las horas de llegada ni el cuidado de su seguridad, no se negocia la posibilidad de consumir sustancias porque todos lo hacen, no se negocia con la obligación de estar localizable. No se negocia estudiar. Muy probablemente cumplirán y después ya no. Y habrá que volver a empezar.
He visto padres y madres en descontrol absoluto. En ciclos de violencia como la única forma de poner límites. También he visto a papás más preocupados de la apariencia de sus hijos que de cómo están por dentro. Padres que justifican a sus hijos y que prefieren que las borracheras sean en la casa, porque así están más seguros. Padres incapaces de decir que están en contra del abuso de alcohol, marihuana o tabaco porque no quieren parecer anticuados. Que el ejercicio de la sexualidad es una asunto muy serio que debe tomarse con responsabilidad.
Para qué decirles nada si ya lo saben todo, afirman con su silencio los padres de adolescentes.
Tengo 3 hijos que frecuentemente me dicen que no sé nada, sobre todo porque soy terapeuta. Lo único que he acertado a contestar, en la más pura tradición conservadora, es que yo soy la mamá, la que más ha vivido, la que sabe más cosas, la que sí mide el peligro, la que paga las cuentas, la responsable de educarlos.
A veces me sale mal el discurso y me convierto en esa señora descontrolada que en un martes cualquiera, grita, amenaza y castiga. Lo único que me salva es que cada día que empieza, lo vuelvo a intentar. Tal vez hoy, me aseguro, sea un gran día y logre ser la mamá no perfecta pero sí exacta que mis hijos necesitan hasta que terminen de crecer.
Vale Villa es psicoterapeuta sistémica y narrativa. Le puedes escribir a valevillag@gmail.com aunque no da consulta por correo. Su mejor forma de ayudarte es en su consultorio.
Lo cierto tambièn es que cada dìa es màs difìcil educar a los hijos, la vida en sì ya es mucho màs «complicada que antes lo era», tenemos que estar màs conscientes de que traer una persona al mundo no solo es por fines reproductivos, preguntamos si realmente serèmos capaces exactamente de no ser esos padres «perfectos», contar con las herramientas suficientes, para con todo y nuestros errores de padres, saber conducirlos lo mejor posible…( y eso ciertamente es un gran reto).