Era domingo y el despertador sonó a las 4:30 de la mañana. Tenía media hora para salir a encontrarme con una amiga que correría el Maratón de la Ciudad de México. Yo solamente haría 25 kilómetros como entrenamiento para el maratón de Nueva York que es en noviembre. Vuelvan a leer el párrafo y subrayen mentalmente: domingo, 4:30 de la mañana.
Cualquiera pensaría que a los corredores no nos gusta dormir, o despertar más tarde y con tranquilidad por lo menos un día a la semana. A mí personalmente, me encanta dormir, desvelarme, beber vino, salir a cenar y no tener que preocuparme de elegir carbohidratos para rendir en el entrenamiento del día siguiente.
Clásico instantáneo se ha vuelto la pregunta ¿de qué corres? Y con razón. Parece que mucha gente huye de algo. Por ejemplo de la depresión o de la ansiedad. Son muchas y muchos los que corren y se imponen una disciplina perra para combatir los trastornos del afecto. Correr decenas de kilómetros a la semana garantiza una dosis potente de endorfinas que ayuda a no caer en pensamientos catastróficos ni en espirales estériles de preocupación. Mantener ocupado al cuerpo es una gran estrategia para sentirse vivo y bien. Los ansiosos son grandes corredores. Los hay insomnes que están listos para salir a la calle con sus tenis desde las 4 de la mañana. Están todos esos que no saben estar en paz ni sentados y para quienes correr simboliza ese eterno movimiento de sus mentes que a veces se transfiere al cuerpo y que tiene un efecto tranquilizante. Correr es una alternativa mucho más saludable que tomar antidepresivos o ansiolíticos.
Pero mi objetivo no es hacer una oda al acto de correr.
Vuelvo más bien a la reflexión sobre qué motiva a alguien a correr 42 kilómetros. Me lo han preguntado muchas veces. Algunos se han decepcionado porque esperaban que mi respuesta fuera algo cercano a lo heróico y a lo admirable. Yo debería haber ensayado una respuesta del tipo “porque me fascinan los retos, porque me gusta llevarme al límite, porque después de correr un maratón me sentiré poderosa e invulnerable”. Mi respuesta siempre ha sido muy simple: porque quiero evitar la decadencia del cuerpo y de la mente. Porque me gusta el chocolate, los helados y el vino y si corro, tengo un margen un poco más grande para consumirlos y no terminar pesando 70 kilos con mi 1.60 de estatura.
Los corredores tenemos un lado bastante oscuro. Las obsesiones nos consumen y si no tenemos cuidado, nos podemos convertir en una pesadilla para los que no corren y tienen la desgracia de estar cerca de nosotros. Ser insoportables es tantito inevitable. Para correr distancias largas sin lesionarse y disfrutándolo, hace falta cuidar la alimentación, la hidratación, los entrenamientos, moderar el consumo de alcohol, las desveladas. O sea casi cancelar la vida social a cero para poder correr en condiciones óptimas.
El lado oscuro como el de casi todas las cosas humanas, está en el exceso. Se pierde paradójicamente el balance de la mente y del cuerpo, al buscar frenéticamente la salud, la velocidad, romper marcas personales, perder porcentaje de grasa para correr más rápido. La verdad que algunos enloquecen un poquito y se convierten en seres unidimensionales que solo hablan de tenis, de chia, quinoa y otras fuentes milagrosas de proteína, de entrenamientos, de carreras, de lesiones y de ampollas.
El problema es que cualquier pasión en la vida implica foco pero no debería significar un angostamiento de la conciencia.
Corrí 25 kilómetros en la Ciudad de México. Vi a muchos corredores entrenadísimos, concentrados en su carrera. También vi a una enorme masa de improvisados que muy a la mexicana, creen que cualquiera puede correr un maratón. Los vi caer acalambrados o lesionados cerca del kilómetro 25.
Ellos me hicieron pensar con un poco más de claridad sobre mi objetivo al correr: no quiero dejar todo de lado para entrenar. En primera porque no puedo y en segunda porque no me da la gana. Pero tampoco quiero ser una mediocre que diga que corre cuando apenas trota. Quizá en algún punto entre ser insoportables o mediocres, haya un lugar más sensato de ambición y reto moderados, que satisfaga necesidades de salud, estéticas, depresivas, obsesivas y ansiosas, pero que sea también súper disfrutable.
Jamás me tragaré los slogans publicitarios sobre lo esencial de correr riesgos, llevarse al límite y creer que nada es imposible. Prefiero seguir levantándome los domingos a las 4:30 de la mañana y sorprenderme de mí misma. Y en lugar de pensar que soy una maravilla de disciplina, verme haciendo un esfuerzo enorme, que siempre es un triunfo y que jamás es fácil. Verme intentando hacer algo que me haga sentir moderadamente orgullosa pero no invencible. El amor propio requiere de narcisismo moderado, no desbordado. La capacidad para ser relajado y vivir con tranquilidad, necesita de ciertos retos que rompan la rutina para evitar la mediocridad. Los que van demasiado rápido todo el tiempo, se van a estrellar, ni duda cabe. Los que van despacio siempre, se van a quedar con las ganas de muchas cosas.
Correr puede ser luz pero también oscuridad. Depende desde que lugar del mundo interior se haga. Igualito que vivir.
Vale Villa es psicoterapeuta individual, familiar y de pareja
Citas y contacto: valevillag@gmail.com
Correr puede ser liberador, aparte del reto fìsico, tambièn lo es un reto mental, correr a solas con tus pensamientos, correr ciertamente puede ser màs terapèutico y ùtil que otras cosas, aplaudo a los que hacemos tiempo, aunque sea a las 4 de la mañana para correr, para pensar, para ordenar algo màs que pasos o km..